En el 2012, de la mano de Alba Pereira nace la Fundación Entre Dos Tierras, creada a partir de un propósito, un sentimiento de dejar atrás un país, la familia, los amigos y un hogar.
Alba, chef de profesión, empezó a preguntarse cómo fue que alrededor de 600 venezolanos que entran a Bucaramanga, según cifras de Migración Colombia, iban a ser atendidos, qué iban a comer, cómo harían con esos niños y jóvenes que un día fueron despertados por sus papás y se encontraban cruzando una frontera con gente que jamás habían visto en su vida.
El principal objetivo de la fundación es dignificar y humanizar el proceso de desplazamiento migratorio venezolano, porque Alba y su equipo, además de prestar servicios de asesoría jurídica y migratoria y el suministro de alimentos, también ofrecen asistencia médica y psicológica para todos los migrantes que libran la batalla diaria de ser visitantes en un país que tiene una marcada cultura de la xenofobia.
Ya para el 2017 estaban adelantando importantes campañas sociales en la ciudad en conjunto con la Oficina de Asuntos Internacionales de Bucaramanga y otras entidades, donde entre agosto y septiembre de ese mismo año se realizó una caracterización de los venezolanos que llegaban a la ciudad y a partir de los relatos tan duros y tristes que recogieron con esta encuesta, crearon siete carteles que recorrieron estaciones del Servicio Integrado de Transporte Masivo de la capital santandereana, Metrolínea, al igual que universidades, parques y punto específicos, llevando a todos un contundente mensaje: No somos tan distintos como parece.
En el año 2018, la Fundación y la Escuela de Psicología de la Universidad Cooperativa de Colombia crearon un programa psicosocial para migrantes, donde durante seis meses atendieron a familias venezolanas para evaluar su salud mental frente a la crisis de migración, recibiendo casos de intento de suicidio por parte de niños y jóvenes migrantes y atendiendo la problemática de la xenofobia en la ciudad de Bucaramanga.
Hace más de seis meses, antes del cierre de la frontera por el inicio de la pandemia por Covid-19 en Colombia, más de 50 mil personas entraban al país diariamente desde Venezuela. Lastimosamente, las expresiones de rechazo a esas poblaciones migrantes y refugiados.
La xenofobia, según la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), supone todo tipo de distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de raza, color, linaje u origen nacional o étnico, haciendo que esta sea una problemática de gran escala en muchos países. Se debe tener la capacidad de entender que cada ser humano es único y será algo fundamental para combatir la xenofobia, ya que al caer en ella, se suele asociar una lista de características negativas a todo un grupo de personas que comparten una nacionalidad, de tal manera que la imagen sobre ese grupo se vuelve homogénea y deshumanizante.
Las redes sociales han sido una de las principales causantes de la xenofobia ya que empiezan a mostrar mensajes discriminatorios y violentos contra los ciudadanos venezolanos, y lastimosamente, a raíz de la pandemia por Covid-19, esta tendencia de memes y de grupos para “atacar y sacar a los venezolanos” ha ido creciendo en los últimos meses.
En febrero de 2019, el 53% de los colombianos tenía una opinión desfavorable de los venezolanos que han llegado al país. Sin embargo, en la última medición realizada por Invamer Gallup en febrero del 2020, ese porcentaje creció al 67%. Además, en una encuesta realizada por la Psicóloga Nayibe Alvarez Peñaranda, quien trabaja en compañía de la Alcaldía de Bucaramanga, reveló que los bumangueses definen a los venezolanos como peligrosos para el país por el crecimiento de la prostitución y la inseguridad después de la llegada de ellos a la ciudad.
La pandemia ha mostrado fuertemente la vulnerabilidad de los migrantes venezolanos en Colombia, las medidas de confinamiento decretadas para contener los contagios les dificulta ganarse la vida en las ciudades que los habían acogido. De acuerdo con cálculos del Observatorio del Proyecto Migración Venezuela de SEMANA, cerca del 90% de los migrantes venezolanos que están ocupados trabajan en la informalidad, una cifra muy superior a la de los colombianos en esta situación, que alcanza el 60 por ciento. Este hecho los pone en un riesgo mayor, pues no saben cómo suplirán sus necesidades básicas ahora que se está reactivando la economía y las personas no los quieren contratar por su nacionalidad.
Las autoridades y las organizaciones de ayuda a migrantes son conscientes de esta situación. La psicóloga Álvarez Peñaranda trabaja con la alcaldía de Bucaramanga en un nuevo proyecto que tiene como fin llegar a los barrios donde habitan los venezolanos para así poder ayudarlos con sus necesidades y papeles migratorios. “Este proyecto es complicado en muchos sentidos, hay miles de venezolanos en nuestra ciudad y algunos no quieren ser vistos ya que sería tedioso para los migrantes que están con estatus migratorio irregular (indocumentados) pero lo único que queremos hacer es ayudarlos” menciona la profesional, recalcando que si este proyecto se realiza en toda Colombia, rastrear a los más de 1’771.237 venezolanos en el país no será tarea fácil y contar con recursos para atenderlos, mucho menos.
Recuerdos con nostalgia
Sentada afuera de su casa, Alejandra Estrada recuerda con tristeza cómo era su vida en Venezuela. Con tan solo 26 años y un niño de 5, ella y su esposo –Pedro- decidieron migrar desde el estado de Trujillo hacia Colombia. Allí tenían estabilidad económica derivada de un negocio de tipografía propiedad de Pedro y los ingresos de Alejandra, quien se desempeñaba como Contadora Pública.
Hace cuatro años y medio vivieron el peor momento de su existencia: sus ingresos fueron insuficientes para mantener a su familia y la escasez de insumos les obligó a cerrar la tipografía. El día que tuvieron que aguantar hambre fue determinante. Pedro decidió viajar a Colombia antes que su familia porque para él sería más fácil acomodarse y conseguir empleo, pues es hijo de padres colombianos que migraron a Venezuela en la década de los ochenta y contaba con su cédula colombiana.
Tres meses después viajaría Alejandra con su hijo. La travesía era traumática y en esas 20 horas de viaje no iba a aclarar el montón de dudas con las que se vino desde tan lejos. Estando en Colombia no se sentía tranquilo al pensar en los familiares que quedaron al otro lado del río, en si sus padres tenían para comer y concluyeron que la mejor opción era que ellos también migraran.
Actualmente, viven en Floridablanca, en el departamento de Santander, y ya pudieron legalizar su residencia y esto les ha permitido poder conseguir trabajo. Tras la buena acogida que les ofreció Colombia decidieron llevar a cabo su deseo de tener un segundo hijo y así fue como nació Isabela. Alejandra está segura que Venezuela no les puede ofrecer la calidad de vida que tienen en Colombia pues cuentan con lo básico, salud y educación subsidiadas.
Como todo migrante venezolano que sueña con regresar algún día a su país, ella no es la excepción. Espera que todo sea como en el pasado o aún mejor y regresar a una Venezuela sin dictaduras, con un modelo económico funcional, sin filas para ir por comida y, sobre todo, en paz para recorrer y disfrutar plenamente su hermoso territorio.