Alguna vez leí que debemos ser conscientes y reconocer nuestros privilegios, entendiendo que este acto nos permite dejar de lado los egos y superioridades, porque no todos vivimos bajo las mismas normas, clases, actividades y realidades. Al final, reconocerlos nos permite ver que la gente se mueve en el mundo y lo vive de maneras que quizás nunca se lleguen a intuir.
Recuerdo que cuando leí sobre privilegios en el libro “Confesiones de una mala feminista” de Roxane Gay, duré más o menos una semana intentado reconocer cuáles eran esas actividades y hechos que disfrutaba y otros no, fue una tarea difícil, porque reconocerse nunca será algo sencillo. Siempre será más fácil hablar del otro que de sí mismo y hacer retrospectiva frente a lo que me privilegia es aún más difícil.
Al inicio del aislamiento preventivo recordé esta idea y comprendí por completo su veracidad, creo que toda la locura a causa de esta enfermedad fue el ejemplo perfecto para vislumbrar eso que nos hace privilegiados (qué grande es esta palabra), pues en un país como Colombia somos pocos los que tenemos la fortuna de vivir bajo ciertas comodidades para afrontar la agonía de una pandemia como el Covid-19.
Cuando anunciaron el simulacro preventivo en Bogotá y otras zonas del país, vimos en noticias, redes sociales y diferentes portales web, fotos de muchos ciudadanos acaparando alimentos e implementos de aseo, como si este hecho se tratara del fin del mundo y el papel higiénico fuera el arma letal que acabaría con el problema. Muchos criticamos estos actos egoístas, pues representaba el antónimo de lo que realmente debíamos hacer en épocas difíciles. La solidaridad no fue la premisa en estos casos, tampoco ha sido la bandera en estos últimos días para ciertas personas.
Fue un simulacro corto y veloz, pocas horas más tarde, el presidente anunció el aislamiento preventivo obligatorio nacional, a partir de este momento salió a la luz la vulnerabilidad, no solo de nuestra existencia en este planeta, sino también de miles de personas en el país que no tienen el privilegio de tener un trabajo digno que les permita llevar comida a la mesa todos los días porque ni siquiera cuentan con una casa para resguardarse. Quedarse en casa es fácil para quien tiene un techo propio, no para el que depende de la bondad de otros.
Como bien dije, reconocer lo privilegiados que somos nos hace empáticos y conscientes de que cada uno lee un libro distinto bajo condiciones diferentes y aunque no tiene nada de malo, nos estamos equivocando al dar por sentado que nuestra historia es igual a la de otros.
Tuvo que llegar una cuarentena, una pandemia, para hacer visible en todos los medios y redes sociales las desigualdades culturales, económicas, educativas, laborales, sociales; tuvo que parar el mundo para descubrir que un pedazo de pan es el plan nutricional de muchas familias mientras otros nos deleitamos tomando fotos de ese plato delicioso que nos preparó mamá o pedimos a domicilio.
¡Nuestros privilegios nos cegaron, nos encerraron en un mundo perfecto e imaginario en el que no caben todos! Nadie la tiene fácil, pero hay quienes tendrán consecuencias grandísimas al finalizar esta epidemia.
Es difícil reconocerse, hablar de sí mismo, discutir de aquello que nos permite vivir bien. Yo no soy multimillonaria, pero no es necesario tener mucho dinero para mantener ciertos privilegios.
Ahora bien, para entender mejor esto, enumerare algunos de mis privilegios en este momento en comparación con lo que viven otras personas. Esto no cambiará nada socialmente, pero podrá ayudarse a ser conscientes del lugar donde vivimos.
El tan nombrado teletrabajo de hoy en día: Tengo el privilegio de trabajar desde mi casa mucho antes de que empezara el aislamiento preventivo obligatorio. Mis jefes, pensando en mi bienestar, el de mi familia y el de ellos, optaron por enviarnos a casa una semana antes. Cuento con las herramientas y el espacio en mi casa para desarrollar mis actividades a cabalidad sin inconvenientes, lo más grave que puede pasar es que se caiga el wifi o que se vaya la luz, pero son cosas que tienen solución.
Este es mi caso y tal vez el de muchos que tienen la facilidad de reactivar sus labores en otros espacios, pero la realidad para un gran porcentaje de la población del país es completamente ajena a esto, muchos tienen riesgo de perder su trabajo, otros tienen congelado los contratos, no han perdido el empleo pero no tienen ingresos: los trabajadores informales no tienen alternativas laborales y están entre exponerse o no comer, los trabajadores independientes no pueden ofrecer sus servicios o están próximos a perder sus pequeñas empresa. Sin olvidar aquellos que están desempleados y ven lejos la posibilidad de encontrar trabajo debido a la crisis.
Evidentemente la realidad laboral no es la misma para todos y es un hecho que lleva muchos años pero que denotamos en los últimos días con mayor auge y primicia, porque la desesperación, la angustia y el miedo de cientos de hogares sin recursos económicos empieza a tener eco y relevancia en los reportajes.
Las ayudas que el gobierno anuncia parecen aliviar estas situaciones, pero, como en otras épocas, sabemos que la corrupción tomará su tajada, algo que hemos naturalizado, los beneficios llegarán primero a aquellos que estén dentro de lo que llamamos rosca o grandes empresarios que tienen el privilegio de contar con amigos poderosos. Los demás esperarán su turno y recibirán lo que sobre. Suena cruel, pero así es Colombia con sus gobernantes a dedo y malas bases de datos.
Un techo, una casa, un rancho o un refugio: La etiqueta “quédate en casa” es popular en redes pero no todos pueden hacerlo porque hay quienes no tienen ni siquiera un ranchito para resguardarse y cuidarse de este enemigo invisible; otros viven en condiciones de vulnerabilidad tan altas que su casa puede caerse en cualquier instante; algunos fueron sacados del lugar donde residían por no tener con qué pagar un arriendo, ya que la solidaridad y la empatía no es la bandera (para algunos) en esta pandemia.
Otro privilegio evidente, pues conseguir casa en Colombia es el sueño de muchos, tener algo propio que dejar a los hijos es la meta de varios padres pero no todos la logran. La cuarentena se volvió un privilegio de clases, un privilegio que pocos podemos cumplir con la única preocupación de aburrirnos entre cuatro paredes.
Dentro de un hogar muchos contamos con internet, suena ilógico que alguien no tenga, pero como ya hemos notado, la realidad es completamente diferente para todos. Tener Wifi, Netflix, videojuegos, un teléfono inteligente o un computador es y seguirá siendo un beneficio, un lujo, un privilegio.
Vemos los trapos rojos en algunas puertas como sinónimo de necesidad y a su vez encontramos publicaciones de muchos haciendo fotos y mostrando con orgullo cómo ayudan al prójimo, pero estos actos parecen más estrategia de marketing para exponer lo bondadoso que me he convertido y no una iniciativa para ayudar.
Por su puesto que el gobierno debe mostrar en qué invierte porque se trata de los dineros de todos, pero los “simples ciudadanos” podemos ayudar sin alardear tanto, invitar a los demás a que pongan su granito de arena está bien pero no puede convertirse en campaña y posicionamiento con la insignia de “dar sin esperar nada a cambio”.
Familia es familia, pero la soledad también es compañía: Disfrutar y compartir con los que amamos es una fortuna en épocas tan complicadas como estas. Pero hay quienes la cuarentena los atrapó en aeropuertos, sin posibilidades de regresar con sus familias; en cruceros a la mitad de la nada con pocas alternativas de viajar a su país natal; en otras ciudades y lugares de residencia con restricciones para ir a visitarlos. Otros simplemente están en hogares de paso, ancianatos, orfanatos u hospitales, tal vez olvidados, con la compañía de desconocidos que se han vuelto su familia.
El distanciamiento con quienes amamos en estos momentos nos permite valorar un montón los tiempos y entender que un abrazo o un beso significan más de los que imaginamos. Cuando dejamos de hacer las cosas reconocemos su importancia.
No todo es felicidad para quienes comparten este aislamiento con su familia, pues los casos de violencia intrafamiliar han aumentado significativamente en esta época, convirtiendo la calle en un área de protección y la casa en un infierno que podría acabar en tragedia. Paradójico ¿no creen?
La soledad también es la mejor amiga en esta época, disfrutar de su compañía se ha vuelto una rutina para muchos, cada momento de silencio, introspección o de calma es un arma fascinante para enfrentar los momentos de angustia. Muchos viven solos en un apartamento, una habitación o una casa y como todos viven días buenos y malos entre cuatro paredes, así que, ¡estar solo está bien!
La lista podría ser más larga, pero considero estos tres ejemplos esenciales para entender que no todos vivimos esta época de la misma forma. Cada uno evalúa sus privilegios sociales, económicos, educativos y hasta de género de acuerdo con su realidad, sin olvidarse que no es la única.
Parece que este largo infierno del coronavirus se desvanece para algunos medios de comunicación y los gobiernos, sin embargo, considero que este virus llegó para quedarse y aunque salgamos del aislamiento tendremos que convivir, no solo con él bajo muchos cuidados, también tendremos que vivir con el virus letal de la indolencia, la desigualdad y la corrupción. Las pequeñas acciones hacen cambios, pero no será suficiente si quienes tienen el poder siguen viendo los privilegios como la selección de cada uno y no como una condena basada en sus decisiones.
La empatía es necesaria en cualquier momento de la vida, tener más no nos hace mejores ni superiores a nadie, ya nos dimos cuenta de que, frente a la selección natural, todos somos iguales.