Las noches parecen eternas entre las pesadillas, los malos momentos y la insistencia de saber qué nos deparará el mañana. ¿Por qué siempre queremos saber qué pasará?, el futuro nos inquieta tanto que dejamos de disfrutar el presente, queremos el control de todo y nos olvidamos de que hay cosas que el destino se encarga de ajustar.
En este momento no solo nos inquieta lo que podrá pasar, sino que también usamos una parte del día recordando aquellos instantes en los que al parecer éramos felices y no lo valoramos lo suficiente. Hoy recuerdo con nostalgia cuando salía al parque sin restricciones de tiempo, cuando bailé y canté sin parar en mi fiesta de cumpleaños junto a mis amigos, mi última película en cine junto a mi familia o cuando veía series en Netflix junto a mi novio, una práctica que tuvimos que acomodar a las circunstancias a través de la tecnología.
Constantemente sacamos cualquier tipo de excusas para evadir una invitación. Pero hoy, una pandemia es quien decide nuestros pasos y vivir en el pasado se convierte en la herramienta más poderosa para no desfallecer. Los recuerdos se convierten en motivos de lucha y nos hacen comprender que el simple hecho de estar vivos es el don más maravilloso. Esta situación nos ayuda a entender que no tenemos nada comprado, que las cosas pueden cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Por eso, disfrutar cada instante de alegría, tristeza, rabia, gozo, y demás emociones, se convierte en la enseñanza más grande.
Nunca me imaginé vivir un momento histórico como este. Claro que durante los últimos años hemos visto de cerca o de lejos diferentes conflictos, desastres naturales y hasta amenazas de guerras que han acabado con la vida de miles de personas (estos hechos se han ido naturalizando), pero una pandemia parecía ser un suceso ajeno, que hacía parte del pasado y fuente de inspiración para muchas películas.
Este virus llegó de manera inesperada y el aislamiento cayó como balde de agua fría aterrizándome en una realidad, que sinceramente, preferiría que hiciera parte de uno de esos filmes de terror que tanto detesto. Todo sería más fácil si pudiéramos detener el tiempo y evitar todas estas cosas que hoy nos dejan el alma, la vida y el destino paralizados con un sin sabor y un aire de incertidumbre. No tener el control de mi tiempo y de mis cosas es algo a lo que siempre he temido; pero al parecer, por un largo tiempo, tendré que ajustarme a las medidas tomadas por el gobierno para cuidarme y cuidar a los que quiero.
Parece injusto, pero no hay nada más que hacer, se trata de vivir o morir, aunque esta última es el fin seguro que tenemos todos, algo a lo que tememos y evitamos a toda costa. Muchos planes que tenía en mente para este año tuvieron que posponerse o cancelarse, nuevos proyectos y lugares por visitar tendrán que esperar. Nadie se esperaba esto y aquí
estamos tratando de superar y vencer a un enemigo del que poco o nada se sabe; su camino y próximo destino es desconocido, solo tenemos certeza de que su crecimiento ha sido tan grande que se ha llevado en su camino a un gran número de almas a nivel mundial. Cada paso que da deja un aire espeso lleno de desesperanza, desolación y miedo.
Cuando anunciaron el primer caso de Coronavirus en el mundo, no imaginé que podría convertirse en un hecho tan relevante, no pensé que detendría la vida de tantas personas en el mundo, que la economía de muchos países se vería tan afectada, no calculé el número de víctimas fatales y nunca creí que me daría miedo escuchar las actualizaciones en cada telediario.
Era de aquellos incrédulos que gritaba constantemente “es una simple gripe” e ignoraba en mi amada cotidianidad ese ruido incómodo, en donde solo se anunciaba que aquel enemigo tan pequeño y letal estaba traspasando fronteras y todo dejaría de ser normal. Quién podría imaginarse que actividades tan simples como levantarse en las mañanas para ir a trabajar o estudiar, salir a pasear, bailar, correr, saltar, caminar, planear, asistir a eventos, ir a cine, un sin fin de actividades al aire libre iban a ser un leve suspiro y se convertirían en un recuerdo que hoy añoramos repetir.
Nos quejábamos todo el tiempo de que vivimos lo mismo, que la cotidianidad nos estaba matando en vida, olvidándonos de disfrutar y percibir aquello que nos transmite felicidad, tranquilidad y ganas de vivir, hechos que lamentablemente dejaremos de hacer por un buen tiempo.
¿Solo cuando nos arrebatan esas actividades del día a día, de forma tan abrupta que nos obliga a cambiar nuestras formas de vivir, entendemos lo felices que éramos? Por desgracia estamos acostumbrados al popular dicho “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”, vivimos con el acelerador hasta el fondo, olvidándonos de respirar y agradecer por cada instante. Hoy en medio del aislamiento social podemos parar, bajar las revoluciones y disfrutar desde casa de los pequeños detalles que la vida nos va regalando, claro, esta vez rodeados de incertidumbre, miedo y zozobra.
Dicen que en los peores momentos entendemos, aprendemos, valoramos, respetamos y nos hacemos conscientes de la realidad que tanto evitamos. Nunca, como hasta este momento, había valorado tanto salir de mi casa; nunca había apreciado tanto un trayecto en un medio de transporte o el simple hecho de caminar sin pensar en un riesgo; nunca había entendido el poder y la magia de un abrazo o un beso, porque todo esto suena banal, común, algo que hacemos por instinto, costumbre o por complacer a otros. Nos olvidamos
que son la muestra latente de estar vivos.
La normalidad se rompió, se esfumó y nos dejó atados de manos y pies, nos encerró en una pequeña caja que se vuelve el escudo protector contra lo invisible e invencible, nuestras casas se convirtieron en esa armadura de hierro para resguardarnos de este fenómeno. Por el momento no hay cura para tratar este enemigo letal, así como tampoco hay cura para sanar el dolor, la angustia, el miedo, el sin sabor, la paranoia y las múltiples emociones que puede provocar una simple noticia, rumor o chisme que esté relacionado con el Covid-19.
Aunque encuentren una vacuna contra el virus, esté ya hace parte de nuestra existencia. ¡Llegó para quedarse! Entre cifras que suben y bajan a nivel mundial, la esperanza emana tras conocer las noticias sobre el gran número de personas recuperadas, los aplanamientos de curva, la disminución de muertos en algunos países o el levantamiento de los aislamientos.
Nos montamos con fuerzas, miedos y ganas de vivir en una montaña rusa hacía un futuro incierto donde lo único que nos llena de tranquilidad es ver a la naturaleza renacer y retornar a aquellos lugares que poco a poco hemos invadido.
La solidaridad y el valor de las cosas se potencializan en estos momentos de dificultad, y aunque deberían ser temas de las conversaciones diarias, esta etapa nos ha dejado diferentes enseñanzas, basadas en la realidad individual. No se puede asegurar que esto nos hará mejores personas, pues cada quien tiene la libertad de elegir lo positivo y desechar lo negativo, lo cierto es que esto dejará una huella imborrable en nuestras historias con diferentes desenlaces.